Sabiendo que iba a llover y dispuestos a mojarnos todo lo que hiciera falta, montamos al autobús fieles a nuestra palabra de llevar una vez más nuestra huella a la montaña.
Caminamos en silencio mirando al suelo y la senda, procurando discernir un recorrido marcado por amplias cortinas de agua, que escondieron horizontes escamoteando vistas que nos hicieran soñar otros lugares más claros.
Poco antes de llegar a nuestra meta final la lluvia nos dio una tregua, invitando a disfrutar de una belleza concreta, que nos hizo sonreír cuando al final culminamos en tierra de carnaval con ese color especial que tienen los pueblos viejos.
Un vermut y una comida, fueron ingredientes previos de una amena sobremesa, que como broche final jalonó con buen humor otra aventura completa.
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